Sonríe, estás siendo manipulado
Por allá de los 1910s, a todo el mundo le apestaba la boca (todavía). Es más, de milagro estamos vivos porque no tengo idea de cómo le hicieron nuestros tatarabuelos para concebir a nuestros ancestros si no había forma humana de seducir a alguien con el aliento; o bueno… la tele se inventó a finales de los 20s… eso explica muchas cosas.
La salud dental estadounidense iba en picada, igual que sus dientes tum tum tsss, a tal grado que los oficiales lo calificaron como un riesgo de seguridad nacional. Alguien tenía que sacar provecho de esto, y esa persona tiene nombre y apellido: Claude C. Hopkins. Gracias a este publicista es que conocemos la avena Quaker, las llantas Goodyear, y hasta tuvo la brillante idea de inventar que existía un jabón con el que se bañaba Cleopatra… se llama Palmolive.
Pero su más grande idea no fue ninguna de esas, sino que hizo famosa la pasta de dientes Pepsodent. Hopkins no creó la pasta de dientes como tal, ya existían remedios para el cepillado de dientes, pero lo que sí creó era algo que el ser humano no había experimentado antes con un producto cotidiano: la ansiedad.
Ansiedad + Hábito = Consumo
Este tipo nos convenció de que la placa dental era algo malo, asoció los dientes limpios con atractivo social, creó una necesidad en la sociedad, ¡y se forró de lana!
En parte tiene razón, pero a nadie se le había ocurrido vender el producto desde esa perspectiva. Él sabía que si la gente se obsesionaba con esa "película" invisible, sentiría la necesidad de comprar Pepsodent para eliminarla.
Más allá de crearnos un hábito positivo, yo considero que Hopkins demuestro que si sabes lidiar con el comportamiento humano, puedes crear una solución a un problema que tú mismo creaste. Es como si me vendieran un tupper en forma de pimiento para guardar mi pimiento (mi hermana lo tiene, lo acabo de ver en la cocina). ¿Puedo guardarlo en cualquier otro tupper? Sí, pero de repente me di cuenta de que siempre viví en la miseria guardando el pimiento en un tupper normal, y ahí voy a comprar otro para cada color de pimiento. Es increíble cómo funciona la mente humana.
La navidad pasada le rogué a Felisa que me regalara una hielera Yeti porque le duran dos días los hielos... ¿y para qué fregados quiero que los hielos duren ese tiempo? jajaja
¿Es malo? No necesariamente, casos como el de Hopkins-Pepsodent son el claro ejemplo de que no lo es, pero lo importante es ser conscientes del juego y reírnos un poco de nuestras propias neurosis consumistas. Recordar que la decisión final siempre está en nuestras manos, ¿verdad? O quién sabe, tal vez alguien está vigilando qué otra necesidad me inventa... Naaaah, muy paranoico. Mejor voy a guardar los pimientos.